sábado, 20 de septiembre de 2008

Lectura; Ellena G. White

[Lectura 4, 5 y 6]
Muchos piensan que por ya haber descartado de su alimentación carnes y otros platillos insanos, pueden ceder al comer sin moderación, entregándose a la glotonería. Debemos tener en claro que los órganos digestivos no deben recargarse con una cantidad o calidad de alimento que lo abrume!.

Debemos acostumbrar a poner todos los platos de comida en la mesa, para no excedernos y elegir a nuestro gusto.

A veces el resultado del exceso en el comer se deja sentir en el acto. En otros casos no se nota dolor alguno; pero los órganos digestivos pierden su poder vital y la fuerza física resulta disminuida en su fundamento. El exceso de comida recarga el organismo, y crea condiciones morbosas y febriles. Hace afluir al estómago una cantidad excesiva de sangre, lo que muy luego enfría las extremidades. Impone también un pesado recargo a los órganos digestivos, y cuando éstos han cumplido su tarea, se nota decaimiento y languidez. Los que se exceden así continuamente en el comer llaman hambre a esta sensación; pero en realidad no es más que el debilitamiento de los órganos digestivos. A veces se experimenta desgaste del cerebro, con dificultad para todo trabajo mental o físico.

El estómago clama: "Dadme descanso." Pero muchos lo interpretan como una nueva demanda de alimento; y en vez de dar descanso al estómago le imponen más carga. En consecuencia es frecuente que los órganos digestivos estén gastados cuando debieran seguir funcionando bien. A estómago cargado, cerebro pesado.

Cuando abusamos tanto, hasta llegar a una dispepsia, debemos ser cuidadosos para conservar el resto de la fuerza vital, evitando todo recargo inútil. Puede ser que el estómago nunca recupere la salud completa después de un largo abuso; pero un régimen dietético conveniente evitará un mayor aumento de la debilidad, y muchos podrán más o menos reponerse.
La moderación en el comer se recompensa con vigor mental y moral, y también ayuda a refrenar las pasiones. El exceso en el comer es perjudicial para los de temperamento lerdo.
Hay personas con excelentes aptitudes y capacidades, sin embargo, por no dominar su apetito, no realizan ni la mitad de aquello de lo que son capaces.

Hay quienes desempeñan cargos donde se debe pensar con rapidez, lo cual se logra exitosamente con templanza a la hora de comer. La mente se fortalece bajo la influencia del correcto tratamiento dado a las facultades físicas e intelectuales. Muchas veces el trabajo de los que tienen planes de acción importantes que estudiar y decisiones importantes que tomar, queda afectado por un régimen alimenticio impropio. El desarreglo del estómago perturba la mente. A menudo causa irritabilidad, aspereza o injusticia.
Hacer ejercicio cada día, indudablemente, nos beneficia. Hay quienes prefieren tener alguna regla exacta para su alimentación; comen con exceso y les pesa después. Esto no debiera ser así. Nadie puede sentar reglas estrictas para los demás. Cada cual debe dominarse a sí mismo y, fundado en la razón, obrar por principios sanos.

Nuestro cuerpo es propiedad de Cristo, y no nos es permitido hacer de ese cuerpo lo que nos plazca. Cada cual tendrá que responder ante Dios por sus hábitos y prácticas.
El régimen señalado al hombre al principio no incluía ningún alimento de origen animal. Hasta después del diluvio cuando toda vegetación desapareció de la tierra, no recibió el hombre permiso para comer carne.

Al señalar el alimento para el hombre en el Edén, el Señor demostró cuál era el mejor régimen alimenticio; en la elección que hizo para Israel enseñó la misma lección.
Dios nos dio el alimento más adecuado: no la carne, sino el maná, "el pan del cielo." Pero a causa del descontento del pueblo y murmuraciones acerca de las ollas de carne de Egipto les fue concedido alimento animal, y esto únicamente por poco tiempo. Su consumo trajo enfermedades y muerte para miles.

Al establecerse en Canaán, se permitió a los israelitas que consumieran alimento animal, pero bajo prudentes restricciones. El uso de la carne de cerdo quedaba prohibido, como también el de la de otros animales, de ciertas aves y de ciertos peces, declarados inmundos. De los animales declarados comestibles, la grasa y la sangre quedaban absolutamente negadas. Sólo podían consumirse las reses sanas.

Por haberse apartado del plan señalado por Dios en asunto de alimentación, los israelitas sufrieron graves perjuicios. Desearon comer carne y cosecharon los resultados. No alcanzaron el ideal de carácter que Dios les señalara ni cumplieron los designios divinos. El Señor "les dio lo que pidieron; mas envió flaqueza en sus almas." (Salmo 106:15.) Preferían lo terrenal a lo espiritual, y no alcanzaron la sagrada preeminencia a la cual Dios se había propuesto que llegasen.

Los que comen carne no hacen más que comer cereales y verduras de segunda mano, pues el animal recibe de tales productos el alimento que lo nutre. La vida que estaba en los cereales y en las verduras pasa al organismo del ser que los come. Nosotros a nuestra vez la recibimos al comer la carne del animal. Obviamente sería mucho mejor aprovecharlos directamente, comiendo lo que Dios dispuso para nuestro uso.

Continuamente sucede que la gente coma carne llena de gérmenes de tuberculosis y cáncer. Así se propagan estas enfermedades y otras también graves. En los tejidos del cerdo hormiguean los parásitos. Del cerdo dijo Dios: "Os será inmundo. De la carne de éstos no comeréis, ni tocaréis sus cuerpos muertos."(Deuteronomio 14: 8.) Los cerdos se alimentan de desperdicios, y sólo sirven para este fin.

Los peces que se alimentan de lo que arrojan las alcantarillas pueden trasladarse a aguas distantes, y ser pescados donde el agua es pura y fresca. Al servir de alimento llevan la enfermedad y la muerte a quienes ni siquiera sospechan el peligro.
Los efectos de una alimentación con carne no se advierten tal vez inmediatamente; pero esto no prueba que esa alimentación carezca de peligro.

Los animales ven y oyen, aman, temen y padecen. Emplean sus órganos con repleta fidelidad. Manifiestan simpatía y ternura para con sus compañeros que padecen. Muchos animales demuestran tener por quienes los cuidan un cariño muy superior al que manifiestan no pocos humanos. Experimentan un apego tal para el hombre, que no desaparece sin gran dolor para ellos. ¿Qué hombre de corazón puede, después de haber cuidado animales domésticos, mirar en sus ojos llenos de confianza y afecto, luego entregarlos con gusto a la cuchilla del carnicero? ¿Cómo podrá devorar su carne como si fuese exquisito bocado?

Es un error suponer que la fuerza muscular dependa de consumir alimento animal, pues sin él las necesidades del organismo pueden satisfacerse mejor y es posible gozar de salud más robusta. Los cereales, las frutas, las oleaginosas y las verduras contienen todas las propiedades nutritivas para producir buena sangre.

Cuando se deja la carne hay que substituirla con una variedad de cereales, nueces, legumbres, verduras y frutas que sea nutritiva y agradable al paladar.

No hay comentarios: